Josef Fritzl es un carcelero que vive en Amstetten, una ciudad situada en la baja Austria. Encerró a su hija a los 19 años, en su misma casa, en un zulo construido por él mismo, elaborado milímetro a mílimetro con sus manos. En ese angustioso sótano, el carcelero la violó repetidas veces. Fruto de esta vejación su hija Elisabeth dio a luz a siete hijos de los cuales uno murió y fue quemado por su propio padre-abuelo con el objetivo de borrar su rastro.
El 'carcelero' Josef Fritzl
Nuevamente otro caso nos tiene sobrecogidos, tras el "secuestro" de Natascha Kampusch, sobre el
No se sabe muy bien el motivo pero a algunos de sus hijos-nietos les concedía la libertad, y otros en cambio eran sentenciados a un cautiverio de por vida. Estos últimos ahora sufren de enfermedades en la piel (jamás vieron la luz del sol) y tienen serios problemas para comunicarse. Los médicos han contado que ambos se comunican entre sí con una especie de gruñidos animales y que el pequeño Félix, de cinco años, prefiere gatear a caminar.
Fritzl le hizo escribir una carta a su hija Elisabeth dirigida a la madre en la que le anunciaba que había ingresado en una secta y le pedía que no la buscase. Los primeros cinco años Elisabeth los pasó sola en el sótano, sin más visita que cuando el padre llegaba para abusar de ella. Ocho años más tarde, en 1992, cuando ningún vecino se acordaba apenas de ella, apareció en la puerta de Fritzl una niña bebé como caída del cielo. Le pusieron Lisa. Al año siguiente, en 1993, otro bebé llegó a la puerta. Y le pusieron Monika. Hace 12 años, un niño. Y le pusieron Alexander. Los bebés llegaban acompañados o bien de alguna carta que el padre había obligado a escribir a Elisabeth en las que pedía a Rosemarie que adoptaran a sus hijos porque ella no podía hacerse cargo de ellos; o bien al cabo de unos días sonaba el teléfono cuando se encontraba en casa Rosemarie, y Fritz desde otro lugar colocaba una cinta que había obligado a grabar a la hija en la que ésta volvía a decir que se encontraba bien y que no la buscasen.
Fuera de sospecha
Increible pero cierto. En la ciudad de 23.000 habitantes donde sucedió la historia nadie sospecha nada. En Amstetten nadie sabía que Fritzl había intentado violar a una mujer de 21 años en septiembre de 1967 en la ciudad vecina de Linz. Nadie sabía tampoco que había pasado 18 meses en la cárcel por violar a otra de 24 años en Linz también. La víctima de entonces, ahora una enfermera jubilada, ha rememorado cómo se despertó aquella noche de octubre cuando alguien tiraba de la colcha de su cama. "Pensé que se trataba de mi marido, que había vuelto". Pero era Fritzl, que había penetrado en la casa por la ventana de la cocina y empuñaba un cuchillo. "Me dijo que si gritaba me mataría".
En Amstetten el viejo electricista estaba considerado como una persona afable. Los vecinos lo veían pasar con su Mercedes gris plateado. Algunos sabían que fue electricista antes de jubilarse, que tenía siete hijos con su esposa Rosemarie, a la que conoció cuando ella frisaba los 17 y él los 22. Pero poco más sabían.
La prisión
El búnker construido por el carcelero no tenía más que sesenta metros cuadrados y 1,70 de altura. Dispone de lavadora, lavavajillas, baño, retrete y cocina. Tiene dos puertas de acero y hormigón; una de ellas al menos, escondida detrás de una estantería. Fritzl había ideado un mecanismo para abrirlas con un mando a distancia con un código secreto.
Además, según fuentes policiales el carcelero había ideado un sistema mediante el cúal si a él le pasaba algo, el sótano se llenaría de gas mortal y sus presos moriría. De esta forma, les tenía continuamente amenazados.
Con este caso la polémica esta servida, ¿Crueldad o enfermedad?. Fritzl ha cometido multitud de vejaciones durante años pero, sin duda, una de las peores cosas que se le puede hacer a una persona es robarle su libertad.
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