Ignacio Rodrigo / Editorial
Dos meses después de las elecciones generales, Izquierda Unida sigue haciendo acopio de sus ejercicios de reflexión y autoindulgencia, lamentándose de los resultados obtenidos y llegando a conclusiones como que "no conocen bien a su país". Este nuevo manifiesto nos sorprende por la dureza con la que se critican a sí mismos varios de los dirigentes del partido, y salta a la palestra con el objetivo de renovar el espíritu de esta fuerza política.
El texto con el que nos deleita IU es el enésimo intento de resucitar algo que hace tiempo que yace bajo tierra, y es que el problema no reside en sus planteamientos políticos, si no en negarse a ver que el avance social a desterrado a siglas y banderas en pro de un bipartidismo que no atiende a ideologías si no a tradiciones, es decir, se es de un partido, o se es de otro y el resto que se las apañe como pueda.
Pues bien, aunque escéptico, me muestro interesado por este cambio de rumbo que pretenden los mandatarios de la izquierda a los cuales he de darles otra oportunidad, como llevamos haciendo cada cuatro años, resignándonos a oir calamidades de mercaderes que se lanzan desesperados a conseguir votos renunciando a veces a los principios por los que los nostálgicos de los estandartes aun les votan. Eso sí, la resignación no viene acompañada de la complacencia, no disfruto viendo los tejemanejes que urden mis representantes con el fin de obtener más votos, si uno presume de idealista, que al menos explote esa vía, aunque solo sea por los fieles al partido.
Señores, hagan alarde de su ideología, y cumplanla. Recojan en escritos sus conclusiones para posteriormente poner soluciones. Y sobre todo no olviden que llorar conlleva que las lágrimas inunden los ojos e impidan ver la realidad que tanto dicen desconocer.
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